lunes, 28 de julio de 2014

Por momentos hay una neblina, que más que neblina es un humo disipado que persigue la actividad de esos pulmones reticentes. Esos momentos a veces duran semanas, y en los peores tiempos meses. Aún cuando se pasan, la liviandad se mantiene exigua y rodea todos mis movimientos en constante vigilia. Entonces espero las mañanas para salir al patio y abrir la boca bien grande frente al cielo sin nubes, el cielo del despertar. Abro y cierro la boca varias veces para crear ráfagas internas de aire, para que bombeen como si algo se estuviera prendiendo, como el lavarropas que tiembla antes de empezar el lavado.
Cierro y abro y cierro. En algún momento el aire deja de entrar y la mañana vuelve a tener nubes, y sin darnos cuentas esas nubes se condensan y se pierden en el vaivén del día.

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