domingo, 9 de marzo de 2014

Desmayarse

I.
Es la densidad opaca de la ciudad lo que hace que se comporten así, tan frígidos y exultantes llenándose los ojos de miradas que te arrasan hasta el último suspiro. Miedo. Cuando los veo dando vueltas como yo o como vos por la ciudad me dan miedo, la sensación de que en cualquier momento alguno va a decir algo y todos van a explotar. Quizás todos vamos a explotar antes de tiempo. Nadie quiere sus tripas desparramadas en la vereda. Me repito a mi mismo esta última frase; nadie quiere mis tripas desparramadas en su vereda. El teléfono suena, aunque está enterrado en lo profundo de mi bolsillo lo oigo sonar. Siempre tengo la misma mala costumbre como si quisiera probarme algo a mi mismo, saco el teléfono sabiendo de antemano que no lo voy a atender. Lo saco del bolsillo y miro quien llama. Así, más adelante puedo torturarme por no haber atendido si es que por una de esas casualidades era algo importante lo que estaba pasando. Nadie quiere mis tripas en su vereda. Entonces bajo del colectivo, porque era mi parada o una parada cercana. A veces me bajo unas paradas antes para caminar y disfrutar de mi propio silencio antes de enfrentarme al ruido fatal de la convivencia social, pero creo que esta vez era la parada correcta y que quizás tenía realmente ganas de encontrarme con otras personas y pasar el rato. Sabía que no iba a ser posible estar todo el día encerrado sin empezar a sentirme un poco mal y abandonado. Mejor hoy hagamos algo, le dije a Vicky por teléfono esa tarde, una Vicky un poco taciturna porque era uno de esos días, a veces le pasa, en el que se siente muy mal y de golpe para ella nada tiene sentido. En realidad todos tenemos algunos de esos días pero los de ella son más seguidos y por lo que pude ver mucho más duraderos. Pero aún así, Vicky respondió: Dale, hagamos algo, tengo ganas de verte. Así que ahí estaba, caminando las dos cuadras hacia el lugar de encuentro, con ganas de no estar solo otra vez.


II.

A mi entender lo abismal es algo inconmensurable. De modo imperceptible por ninguna medida, por eso da esa sensación de soledad. Si quisiera pensar en una palabra menos cliché para definirlo, alguna que quizás no esté utilizada en el vasto repertorio de los cantantes latinos probablemente no podría porque es profundo y chato al mismo tiempo, una contradicción galopante por donde se lo mire; cualquiera de sus vértices (pensé que el abismo era ovalado, pero un ovalo con vértices sin igual) esta diseccionado en un montón de triángulos que parecen vidrio estrellado. Estamos adentro mientras nos encontramos afuera conjugados en todos los tiempos verbales. Todas las personas son un abismo, las relaciones entre ellos; la fiesta del abismo. Así se va a llamar nuestra banda, dijo Fran y yo hice la mímica de disparar dos pistolas al aire, como si comenzara algún duelo en el lejano oeste.
La música siguió sonando, las luces titilando y las botellas llegando. No se podía pretender, después de semejante charla, afrontar la noche de otra manera que no sea con alcohol. ¿Entonces qué pasó con la piba esa? Preguntó Vicky. Nada, de querer coger todo el tiempo y no parar de mandar mensajes de golpe le pinto que no tiene más ganas de salir, que está medio cansada. Medio cansada me dijo, cualquiera. Mientras terminaba la frase, Juan tomo un sorbo largo de su vaso. Fran se acerca por el pasillo con otra botella en la mano. Es que están todas locas, dice mientras sirve en cada uno de los vasos la porción correspondiente. Estamos todos locos, digo yo, como un latiguillo esperado. Vicky toma rápido de su vaso y lo apoya en el piso. Me parece que me voy muchachos, este lugar es demasiado caro para nuestro apetito voraz y es fin de mes. Luego de esto, todos brindamos al grito de ¡Larga vida a ser pobre! y nos fuimos, porque ni Vicky ni ninguno de nosotros tenía más billetes para gastar en cerveza barata, que a esta altura de la noche era obvio que no iba a calmar las penas de nadie sino exacerbarlas.

Mientras caminamos hasta la avenida para esperar el colectivo Vicky dice que le conviene tomarse el 71 en una de las calles que cortan Corrientes así que mejor nos despedimos acá. Después de decir eso me miro durante un rato largo y se acercó a saludar a Juan y a Fran. Cuando le tocó saludarme a mi la frené sujetándole la muñeca y en el recorrido le acaricié sin querer la pierna por que tenía la mano pegada contra su muslo. Te acompaño, a mi me queda de paso para casa también. Salude a mis compatriotas que estaban por cruzar y empezamos a caminar para esa calle dónde paraba el 71 que en realidad, no quedaba de paso para mi casa.

III.
Mi cuerpo es áspero, mis manos raspan como lijas y mis talones tienen durezas adquiridas con los años.  Estoy recubierto de pelos que a veces se pelean entre si y casi que forman vida propia. En cambio Vicky es suave, tanto que creo que si pudiera tocarle la córnea del ojo sería como una polilla, pero muerta. Las polillas tienen la textura del terciopelo, pero son desagradables por naturaleza, se mueven rápido como amenazantes pero temerosas, ¿quién se creen que son? 
Sus piernas son lisas y se mueven a un ritmo que no importa si puedo seguir por que parece que en realidad no necesita que nadie la siga. Cuando puse mi mano en su pierna la primera vez, sentí que todo el cuerpo le temblaba. Estas bien, le dije y ella asintió con la cabeza. Tenía los ojos cerrados pero cada tanto los abría y siempre estaba mirándome.  Muchas veces pienso que ella la pasa mejor que todos los demás cuando hace el amor, está como suspendida en su propia órbita y quizás ni nos necesita. Ver que  está volando en su lugar, indiferente al placer del otro me excita y esto ya no es morbo, sino darme cuenta que en realidad el abismo está siempre. Generalmente yo acabo y ella no. Cuándo le pregunto si quiere que siga, o que la ayude de otra manera me besa y dice No, está bien, sonriendo. Siempre después de coger se acurruca haciendo un bollo con la sábana y se pone a leer, y yo dibujo o me duermo. Otras veces se duerme ella primero y yo no me acuerdo que me quedo haciendo, porque no son muchas las veces que dormimos juntos. Cogemos, si, pero no dormimos. Antes de empezar con el toqueteo, ella me dice que soy lindo y yo por un momento siento que tengo otra vez 5 años y es ese día en que mi vieja me llevó a cortarme el pelo por primera vez a la peluquería de Tito.

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