lunes, 1 de junio de 2015

Plaza Miserere

El vendedor de diarios me quiso cobrar por la consulta, lo dijo en chiste y yo me sonreí. Rodeé la plaza hasta la parada del colectivo, la cola era importante, con algunas curvas y como todo aglomeramiento de personas; pura desorganización. Pregunte y esperé en el último lugar por unos pocos segundos hasta que empezó a crecer. En frente había una señora vestida de negro, con tapado de cuero y botas altas cantando canciones cristianas por un megáfono.
La miré, por que ese estilo gótico de los ochenta no tenía ningún sentido con todos esos cánticos cristianos. Repetía después de una frase larga, cerrando los ojos Aleluya, aleluya, gloría, gloría. Después abría los ojos y seguía con las canciones.
Pensé que estaba sola. Pensé que nadie la acompañaba, por qué, ¿quién acompañaría a una loca gótica cristiana con un megáfono un Sábado a Plaza Once para cantar canciones de misa?
Los muchachos la acompañaban. Cada tanto hacía referencia a ellos que asentían detrás a sus palabras milagrosas. Los muchachos eran tres, el hombre mayor de traje caqui, al que se le acercaba algún comensal, él lo agarraba con ambas manos de la cabeza y le besaba la frente durante unos segundos, después se iba y  seguía con su mirada perdida en el horizonte, mientras la señora cantaba. Los otros dos muchachos iban y venían por la plaza, cada tanto apoyándose en algún poste y escuchando. Camisa abierta, bigote de montonero. Parecían hermanos en la lucha.
Las costeras llegaban pero la cola avanzaba poco y nada, y yo ahí, empezando a sentir el frío del día que termina. De un momento para otro, la señora gótica cristiana amenaza con cantar el último tema del día y ya parecía que podía despedirme del encanto de Plaza Once.
La sensación duro un minuto. Mientras me acercaba para pagar mi boleto una señorita un poco enojada amenaza con pegarle a un hombre. Ella se enoja. Él grita. Ella vacía su botella de cerveza  y le pega en la cabeza, nomás. Él grita policía y corre. Ella, a paso tranquilo, lo sigue.
Yo me subí, pagué mi boleto y me senté. ¿Qué pensaría la señora gótica cristiana si se hubiera quedado unos minutos más? Un par de almas más para salvar. Aleluya, gloría, gloría.

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