lunes, 11 de enero de 2016

Hoy se murió Bowie.

El mensaje decía "Murió David Bowie, estoy desolado". Lo leí cuando me desperté para ir al baño a las siete. Una vez más la tecnología había generado nuevas costumbres de control, así que me levanté, agarré el celular y fui al baño. Miré la hora mientras hacía pis, el simbolito de mensaje titilaba. Lo abrí, Bowie se había muerto. Dejé el celular y volví a la cama, me acosté. Él abrió los ojos por tanto movimiento y me sonrío, como hace cada vez que me muevo y lo despierto. Lo mire y no le devolví la sonrisa, todavía estaba pensando. Me intrigaba el cómo. Si, el cómo. Cómo alguien como Bowie se muere así, de un día para el otro, sin aviso, sin destellos. Se murió y ni pidió permiso. "¿Está todo bien?" me preguntó él, porque yo no le devolví la sonrisa y no me dormí enseguida, como hago siempre; él me mira, yo lo miro y nos dejamos seguir durmiendo. "Se murio Bowie". Los dos dejamos los ojos abiertos un rato más. "¿Cómo?", "No se, no tengo idea". Mientras pensaba me acordé de mi abuela contando lo triste que se puso cuando murió Cortázar, siempre cuenta que lloró mucho y que estaba desconsoladamente triste porque a partir de ese momento asumía que nunca más iba a poder leer nada nuevo de él, que hasta ahí llegaba su voz. La imagen de mi abuela contando su recuerdo me hicieron sonreír un poquito, porque no puede haber inocencia alguna en su último disco, nos dejó ver lo último de su voz. De fondo el día empezaba a vivir, el vecino taladraba algo, los pájaros cantaban, la calle se llenaba de autos estridentes y nosotros nos quedábamos ahí, tirados en una cama en un mundo en dónde Bowie ya no existía.

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