sábado, 5 de abril de 2014
Laboratorio; 2 de Abril
Cuando abrí los ojos la habitación se había vuelto tan blanca que enceguecía lo más profundo de mis pupilas. Parpadee algunas veces, muchas veces en pocos segundos, esos parpadeos en donde los momentos que el ojo permanece abierto (microsegundos, microdemicrosegundos) podes ver a modo de lupa tus propias pestañas tan de cerca que a veces llegas a pensar que quizás un bicho te está pasando por el ojo. Cuando alcé la cabeza me di cuenta que no importaría cuanto parpadeara el lugar no iba a estar menos inundado de luz, que era muy temprano y que mientras el día estuviera comenzando una vez más esta luz que veía y percibía también con cada uno de mis poros iba a seguir así. Me parece que me dormí un rato, por que cuando volví a abrir los ojos el techo se veía como un día calmo en la playa, nublado, en dónde solo ves dos colores y una línea fina naranja definiendo el horizonte. No recordaba que mi techo fuera así, pero al menos ahora podía abrir los ojos sin sentir un terrible y penetrante dolor. Entonces intenté moverme con gran desespereación como si una araña tamaño barco industrial estuviera queriendo devorarme. No había nada en realidad, ni una araña chiquitita, nada, pero algo me desesperaba tanto que necesitaba moverme y cuanto más lo intentaba más me desesperaba. No tenía control sobre mi cuerpo, que desde que me levante yacía inerte sobre el colchón sin sábanas. Quieto, bañado por la luz naranja que entraba por la ventana. Tranquilo, no pasa nada me decía por dentro, para no sentirme inútil ante la posibilidad de que quizás, quizás no podía caminar enserio, que por ahí la idea de no moverme más era una decisión ajena a mi, era mi cuerpo declarándome que hasta acá había llegado, ni un paso más ni un paso menos. La luz tarde o temprano dejó de entrar y cuando me desperté por tercera vez me levante como si nada de lo anterior hubiera sucedido, me levanté y me puse el panatalón que estaba tirado en el suelo al lado de la cama y en ese momento mientras subía el pantalón por mis muslos recordé las horas anteriores de este día ya perdido, la imposibilidad de moverme, la luz como la playa, el miedo, la frustración. Recordé la habitación desolada, me elevé y me ví desde la ventana, solo en la cama deshecha. Vi el techo con sus verdaderas manchas de humedad formando la playa, vi mi cuerpo rasgado, esta vez sentado en la cama con el pantalón a medio subir. Podía mover las piernas y podía levantarme, podía hacer lo que quisiera, salir de ahí y correr, gritar, comer, hablar, coger, besar, amar, podía caminar por la calle hasta el almacén y sentir el viento sobre la cara, también podía llamar a mi hermana y preguntarle por su día. Podía ponerme a escribir las cosas que había dejado pendientes desde ayer, podría enamorarme y encontrar a la mujer que haga el café más rico y entonces casarme con ella para toda la vida y cuando se cansara de mis vaivenes deprimirme por todo lo que no le dí y finalmente afrontar con total optimismo ante el lecho de mi muerte que no fui tan mal esposo. Podía hacer todo eso, pero el peso de un pecho vacío me llevo otra vez a acostarme y una parte de mi, la parte de la maldad quiso con gran profundidad que las piernas otra vez no estuvieran funcionando y tener una excusa magnánima para sentirme así. La luz fue bajando por que así debe ser, y lo que fue en algún momento una playa calma fue tornandose un ocaso nubloso, todo negro como el cuadrado de Malevich y me encontré nuevamente, con los pantalones subidos hasta la rodilla, sentado en la cama todavía sin hacer.
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