domingo, 16 de agosto de 2015

Otra vez, siempre, también.

Me encontré de golpe habitando la soledad. Uno dirá, ¿cómo se habita algo que está compuesto del vacío?. El vacío se construye y luego se habita, no está simplemente ahí. La soledad se encuentra desde el vacío, desde la elección, como todo lo demás, también.
Pienso esto mientras termino un café ya un tanto frío y decido terminar un porro que tengo a medio fumar hace semanas. Total es domingo, sigo en pijama y todavía no me bañé.
Hace días que pienso en gritarle en la cara lo descomunal al resto, hacerles saber el dolor, controlado, pero dolor. Lo adulto en mi no me permite desbordarme, ¿qué ganamos en hacerle notar al otro que en algún momento nos hizo mal?. Quizás duela más por que ellos permanecen en uno, todo el tiempo, cada palabra que sale de ellos pide ser intervenida con los gritos que me guardo, esos que son pura rebeldía, que no pretenden respuesta; son el momento puro de la expresión.
Doy las primeras dos pitadas. Pienso que quizás debería bañarme y seguir leyendo. Me pienso sola, otra vez. Estamos acá, otra vez, la vuelta constante, la partida que nunca existió; ¿a dónde podemos proyectar, si los pies están sumergidos en el cemento?.
A ningún lado, me respondo. Sus miedos, sus debilidades, fueron seguidos por mi comprensión, ese rasgo de empatía desastroso que me caracteriza. Les gritaría que no soy incondicional. Que los entiendo, pero acá, del otro hay sentimiento envuelto en carne también.
Siempre es el otro el que elige, y yo respondo. Sin grito, sin corrimiento. Respondo trabada por el cemento que llevo en los pies, desde el mismo lugar, siempre.

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